En mi opinión, tratar de categorizar a las personas que habitan la ciudad y “confinarlas” (como si fueran indeseables) a un espacio para transitar es una tarea útil pero insuficiente; la práctica nos demuestra en las narices todos los días que las cosas no son tan simples y, al final, cada persona se apropia del espacio público y ejerce su derecho al libre tránsito como puede. Es así que vemos pabellones de comercio informal sobre las banquetas, amantes besándose a mitad de la ciclovía, ciclistas sobre los pasos peatonales, rodando sobre los camellones o en sentido contrario, patrullas obstruyendo rampas en las esquinas, o motos o automóviles estacionados sobre las aceras, por mencionar algunos ejemplos.
Paradójicamente, las dos veces que me han atropellado han ocurrido en espacios “confinados” a ciclistas. La primera, estaba por incorporarme a la ciclovía de Circuito Gandhi (donde los carriles indican que se debe dar prioridad al ciclista) cuando una chica me dejó ir el coche y me tiró. Asustada, se bajó y, después de preguntarme si estaba bien, se disculpó diciendo que se había distraído con su teléfono. La segunda, estaba cruzando Insurgentes a la altura de Viaducto cuando de la nada salió un taxi que, nada más porque era domingo, se dio el lujo de pasarse un alto. Pudo haber sido fatal, pero el señorcito derrapó llanta a tiempo y su fascia alcanzó a tocarme sólo el pie.
Voy a incluir en este rant una cita esperando que, si son automovilistas, reconozcan cierto derecho de antigüedad de la bici (que, literalmente, pavimentó los caminos para dar paso al automóvil), o al menos su enorme relevancia en la configuración de las sociedades occidentales del siglo pasado. Y si son ciclistas, espero que se emocionen tanto como yo cuando lo leí por primera vez y se enorgullezcan de dar continuidad y ser parte de este movimiento, y lo respeten y lo dignifiquen:
By the end of the decade [1890], the bicycle had become a utilitarian form of personal transport for millions – the people’s nag. For the first time in history, the working class became mobile. As they could now commute, crowded tenements emptied, suburbs expanded and the geography of cities changed. In the countryside, the bicycle helped to widen the gene pool: birth records in Britain from the 1890s show how surnames began to appear far away from the rural locality which they had been strongly associated for centuries. Everywhere, the bicycle was a catalyst for campaigns to improve roads, literally paving the way for the motor car.
Robert Penn. It’s All About The Bike. The Pursuit of Happiness on Two Wheels. Particular Books/Penguin, 2010. (joyísima)
En fin, si vamos a esforzarnos en algo, que no sea en debatir sobre quién merece más las calles o más espacio. Todos vivimos, gozamos y sufrimos la ciudad en alguna magnitud y en diversidad de transportes. Mejor, esforcémonos en respetar el espacio vital, el espacio común, el tiempo y el turno de los otros (pautado por los semáforos o la utópica ley del “uno y uno”), respetar las señales de tránsito, las decisiones de las personas sobre cómo transportarse, ejercitarse o recrearse, respetar la propia vida y la de los demás al concentrarnos 100% en conducir -en sobriedad- lo que sea que conducimos. Tener un automóvil o una bici o una silla de ruedas no nos hace más o menos importantes ni nos da o quita derechos sobre el espacio común; el respeto a los otros, en cambio, sí nos hace mejores personas.