El autódromo fue el lugar donde se gestó el affair con mi bici y el ciclismo. Sin embargo, eventualmente un circuito de 4.3 Km puede terminar siendo como una gran rueda de hámster. Mi búsqueda de nuevas rutas y pistas coincidió con la preparación de Mario para su tour californiano de verano. Así, un domingo de junio Mario y yo salimos desde su atelier de ciclismo, Distrito Fijo, hacia Texcoco de Mora. Esa fue mi primera rodada de ruta.
Un día antes planeamos el trayecto para que no fuera tan traumático (para mí, obviamente); todo el Eje 4, Churubusco, por atrás del aeropuerto hasta llegar a la Av. 508 y ya estábamos en la autopista: 42.16 Km de ida y algo similar de regreso. Tuve miedo de verdad, pero antes de llegar a la Condesa logré calmar mis nervios, pues iba con un inmejorable y diestro acompañante. Meses antes, Mario había recorrido las carreteras de Holanda, Bélgica e Inglaterra para llegar a The Bicycle Academy, y participado en el mundial de bici mensajeros que se llevó a cabo en la Ciudad de México. Además, a diferencia de la suya, mi bici sí tenía frenos.
Todo transcurrió muy bien hasta el descenso del paso a desnivel que lleva justo a la T1 del aeropuerto, donde un cachito de banqueta que por alguna razón no vi me hizo caer al suelo a unos 35 Km/hr. Por fortuna, en esta caída sólo perdí piel, ya no los dientes, y además todos los guardias, taxistas y el equipo médico del aeropuerto me trataron increíble.
A pesar del percance, del desmadre que se hace por el mercadito que se pone en la salida a la autopista, de las severas inundaciones en los primeros kilómetros y la consecuente empapada y enlodada de trasero, gocé muchísimo la rodada… y, por supuesto, el almuerzo de campeones que nos procuramos al llegar allá.
Durante el paseo, Mario tuvo tiempo de observar a qué altura estaba mi asiento, mi postura, y seguramente ocho mil rubros más. Así fue que eventualmente me propuso hacerme un bike fit (una de las muchas cosas que aprendió a hacer en The Bicycle Academy) antes del duatlón.
Como ya mencioné antes, el cuerpo se adapta casi a todo, pero eso no quiere decir que no haya que tomar en cuenta sus particularidades biomecánicas. Después de todo, a diferencia de la inmensa mayoría de bicicletas, los cuerpos no se fabrican de manera masiva. Y bueno, obviamente la idea es que tu postura en la bici genere la menor resistencia y fatiga posibles, y así mejorar tu rendimiento.
Nunca pensé que un bike fit fuera a hacer una diferencia tan grande en el grado de comodidad y confianza que tengo respecto a mi bici. Todos los ajustes milimétricos se tradujeron en una experiencia general mucho más cómoda, una gran diferencia en la potencia con la que puedo pedalear, el desgaste al que estaba sometiendo la espalda baja o las rodillas, y la tensión acumulada en el músculo trapecio. La prueba de fuego fue el duatlón; un buen bike fit es necesario para recorrer distancias medias y largas.
Al terminar el duatlón, junto con mi medalla, mis plátanos y mi bebida isotónica, recibí ochocientos flyers con información sobre enemil eventos deportivos, pero uno me llamó la atención más que cualquier otro: el Gran Fondo Triple 3000 a Valle de Bravo. Se trataba de 138 Kms en los que había que subir tres puertos a más de tres mil metros de altura. Pensé que estaría padre hacerlo… algún día que tuviera mejor condición física (porque no era lo mismo que ir a Texcoco) y presupuesto. Por azares del destino, Erick, quien sí se había inscrito al magno evento, cayó enfermo y me cedió su número. Sobra decir que no me había preparado como creo que uno debe hacerlo para una prueba así, pero, como me dijo un sabio malabarista: si no iba y me medía, nunca sabría si estaba o no lista para hacerlo. Pues total, si no podía, la barredora estaba para recogerme. La altimetría de la ruta nos la pintaron así. Los tres picos corresponden a Tres Cruces, Nevado de Toluca y Piedra Herrada, respectivamente.
Podría intentar describirles cómo fue cada etapa de este gran fondo, pero llegué a la conclusión de que cada quien lo experimenta de manera muy distinta. Por ejemplo, hubo gente que me decía que en la segunda escalada (Nevado de Toluca) se le había “aparecido Dios” y para mí fue la más cómoda. Lo que sí puedo decirles es que los descensos me daban pánico. Del primero no recuerdo nada, salvo que hacía muchísimo frío y había niebla. El segundo fue una gozada; pude poner en práctica toda la teoría y la técnica para coger las curvas y el sol me regaló mis primeras líneas de bronceado de ciclista en las piernas. Antes de iniciar el último descenso, de 20 Km, nos anunciaron que en algunos tramos estaba lloviendo y el pavimento no estaba en las mejores condiciones. Aunque me puse lo que sigue de nerviosa, supe que sólo había una manera de bajar, porque no había llegado tan lejos para subirme a la barredora. Bajé y bajé, concentrada al máximo y sintiendo ese miedo que nos hace ser una versión casi perfecta de nosotros mismos. Cuando vi la desviación hacia la meta y las vallas casi lloro de emoción. Y sí, le di un besito a mi bici cuando la dejé para ir a comer.
Al final de cualquier cosa acostumbro hacer una lista de aspectos que podrían mejorar, y creo que esta vez los items serían: 1) llevar cámara de refacción, herramienta y bomba, 2) aprender mecánica básica y no tan básica, 3) llevar SIEMPRE los lentes, 4) llevar una muda Y DESODORANTE, 5) me urgen unos estos zapatos de contacto, porque obviamente mis fines de semana on the road apenas comienzan.
Sucede que uno llega solo a la meta y vuelve a casa gracias a y con nuevos amigos y conocidos, porque cruzando la meta todos somos como hermanos. A algunos los hermana el sentido de competencia, a otros el de libertad, el simple gusto por la actividad física en exteriores, el goce de los paisajes (porque tendrían que verlos!!), o la suma de todo lo anterior y otros factores. Insisto: hay que aprender a aullar para llamar a la manada.