
Una llamada tarde por la noche. Mi amigo el médico está de visita en la ciudad. Hace poco más de año y medio que lo vi por última vez, pero la calidad y calidez de las conversaciones en nuestros encuentros siempre compensa el tiempo de su ausencia.
En una fiesta, le hago una pequeña consulta sobre ciclos reproductivos, y me relata brevemente sus experiencias con una enfermera casada. Después, hablamos sobre el sistema mexicano de salud pública, y lo muy jodido que es que al paciente no se le involucre activamente en su proceso de curación. Gente que lleva 20 años controlando su diabetes pero no sabe el nombre del medicamento que debe tomar a diario… y mucho menos el por qué debe tomarlo. Médicos que evitan a toda costa dialogar con sus pacientes, y pacientes que no saben comprender a su propio cuerpo en sus alertas ni a su mente en sus llamadas de auxilio. A pesar del inmenso culto que a su alrededor existe, el cuerpo es un tabú, todavía.
Más tarde en la fiesta, y ya en mi trinchera de los sueños, de pronto le vi llegar. Mi sangre se volvió espesa y helada, y lastimaba todo mi cuerpo al recorrer sus conductos vasculares. Mirándonos las caras, tuvimos un momento infinitamente triste, seguramente no superior a 15 minutos, pero que pareció la mitad de mi vida. Hablamos sobre la desproporcionada pero justa mezcla del destino y el azar; sugerí que las cosas no siempre resultan como uno las desea, sino como deben ser, y no obtuve argumento en contra. Intercambiamos abrazos y lágrimas. Un corazón se rompió. El otro ya estaba hecho añicos.
Era una cuestión de esperanzas. Aún después de tanto tiempo y algunos desencantos, la gente solemos albergar muchas, de una manera muy ingenua. Es lindo tener esperanzas pero, cuando han crecido tanto y ya nada las alimenta, se sienten más como un cáncer. Mi única petición al respecto fue la eutanasia, pero el tribunal jamás deliberó.
Todos somos médicos, y a veces enfermamos y otras veces curamos. A veces sucede que somos capaces de curar a otros, pero no conocemos los remedios para nuestras propias dolencias. Esto también es un resultado de esa desafortunada mezcla de azar y destino. Cuando un médico de los que saben ejecutar diagnosis se topa con un paciente conectado con su propia vida (como estado de actividad de cualquier ser orgánico), sucede magia. Hay visión de rayos X y se puede ver todo. Sin secretos.
Es así que un día entiendo que mi mal no era metástasis de la esperanza, sino una severa gangrena. Como infante que muda los dientes de leche, me armo de valor y tiro fuerte de lo que hace tiempo ya no me pertenece, pero ha insistido en quedarse allí. Por supuesto, hay síndrome del miembro fantasma, y un terrible muñón. Pero ya lo he dicho antes: hay un tipo de belleza que es la más conmovedora de todas; y puede ser que aquí se haga presente.
As in: The good that won’t come out – Rilo Kiley
Sweetie, you are back.