Réquiem por la bailaora


Ayer fue un día importantísimo en mi vida. Bailé mi última función de Flamenco en la sala Miguel Covarrubias, en la UNAM. Cerré un ciclo y me dispongo a empezar uno nuevo. Dejo el ocio artístico por la actividad profesional y académica.

Todo empezó con un taller, y cuando me di cuenta, el flamenco era mi vida. El grupo representativo era la máxima aspiración y logré entrar. Sucedió que ingresamos muchos integrantes de la misma generación/edad al mismo tiempo, y entonces el grupo se volvió el rincón mágico donde uno podía encontrar consuelo, diversión, perversión (jaja), consejo y apoyo emocional en cualquier circunstancia.

El aprendizaje que me llevo del flamenco es enorme. Por un lado, fue en el salón de ensayos donde conocí el verdadero significado del esfuerzo, del compromiso, la entrega, la colaboración y el trabajo en equipo. Levantarse todos los días a las cinco de la mañana para llegar a ensayar, oler el sudor de los compañeros (que algunas veces también salpicaba mientras bailábamos), las charlas en el vestidor, desmenuzar cada paso, cada braceo y enseñarlo a los nuevos, trasladar los acontecimientos de la vida cotidiana y los estados de ánimo al movimiento del cuerpo.
Por otro lado, sin ser exagerada, el flamenco me hizo mujer. Y no cualquier mujer, sino una viejota, como todas mis flamencs. Verme en el espejo a diario me ayudó a superar muchos complejos y a aceptar e incluso admirar mi cuerpo en movimiento. Gracias al flamenco aprendí a sostener la mirada mientras bailo, y por supuesto a expresarme con seguridad en cualquier ámbito, se trate de opiniones, deseos, fantasías, quejas, etcétera.
Aprendí que el contacto visual es la manera de iniciar la magia, de transmitir el contenido que se le quiere dar a la forma. También aprendí que el maquillaje y el vestuario son secundarios, y que el verdadero maquillaje es la entrega en el escenario. Lo más importante de todo, es que logré plantarme frente a más de 500 personas en muchos foros, reconocidos y no, pero igual de importantes, y me consuelo con saber que al menos a una se le puso chinita la piel.

Y a Rosy-sensei, bueno, ella es como mi segunda mamá, y en muchos sentidos me ha educado más que la mía. Ella, al vernos diario, puede detectar cosas que uno no está en posición de apreciar, y tiene maneras poco agradables pero muy efectivas de hacerte ver tus errores. Puedo quejarme toda la vida de su neurosis pre-ensayo, de sus decisiones y cambios de opinión repentinos, pero puedo firmar que en el 90% de las ocasiones, esa mujer tiene la boca llena de razón. Es una mujer, maestra y creadora invaluable.

En algún momento, todos los que formamos parte del grupo nos hemos planteado el dilema: ¿estudio flamenco o mi carrera? ¿qué estoy haciendo de mi vida? Y es que con un promedio de 15 horas de danza a la semana, era muy común sentir que estábamos estudiando en la escuela de danza más cara del mundo, con talleres de comercio, comunicación, diseño industrial y una que otra ingeniería. Por lo mismo, todos hemos expresado, en tono de broma (aunque a veces lo pensemos un poco en serio… sólo un poco), nuestro deseo de encontrar un mecenas que patrocine nuestro flamenco. Un esposo ancianito y millonario o una esposa workaholica que nos mantenga y nosotros sólo nos dediquemos a bailar.

Me dio mucho gusto saber que personas que no son cercanas al grupo de flamenco o que ni les gusta, como a algunos compañeros de la carrera, fueron a ver la función, y nunca sabré sus verdaderos motivos, pero lo agradezco infinitamente. Nunca pretendí convencerlos de amar el flamenco –la vida está hecha a partir de pequeñas soledades, y eso es algo que hay que celebrar y respetar– pero me encantó que compartieran ese momento tan importante conmigo.

Duele dejar el grupo, porque bailar en un taller o clase no da la misma recompensa, pero me alegro de haber tenido la experiencia, de haber aprendido tanto, de conocer a mis verdaderos amigos y bueno, de mil cosas más.
Cada uno tiene sus metas y planes de vida y los sabe. Aunque en última instancia no se cumplan, por lo menos dan una idea de hacia dónde dirigir nuestras acciones. En los míos ya no hay tiempo para Flamenco. Me voy satisfecha de haber llegado hasta donde lo hice, de haber bailado en los lugares y con las personas con las que bailé. Y a pesar de que casi no tengo fotos, guardo los vestidos. Cuando tenga 50 y abra las cajas, seguro voy a llorar de emoción al ver cómo esos pedazos de tela aún tienen vida. Pero bueno, faltan como 30 años para eso.

Olé

3 thoughts on “Réquiem por la bailaora”

  1. Lo que nos pasó esa noche fue mágico. Yo todavía no me recupero. No fue mi mejor función, estaba preocupada por cosas como el vestuario, la gente, parerme en las luces, entrar correctamente con la música en vivo… pero la difruté como nunca -aunque siempre intenté “disfrutar cada función como si fuera la última”, no es lo mismo cuando sabes que de hecho lo es. Gracias por haber estado ahí conmigo, por compartir ese sentimiento, no sólo esa noche, sino estos casi cuatro años. Gracias por ser tú.

  2. Quién diría Dengler. Pero no fue el final, sólo fue un intermedio. Y es que con un talento como el tuyo, no debe haber finales. Aunque este sea tu último semestre, yo sé que el flamenco te va a perseguir mucho tiempo más. Te quiero.

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