La naturaleza de la imagen fotográfica, de origen verosímil pero no por esto veraz, se hace extensiva al cine y a la televisión. En los tres medios se tiene la certeza ineluctable de que la realidad está siendo representada por que hay un índice de ello, sin embargo, dicha representación es al mismo tiempo una selección o composición que fragmenta el tiempo y el espacio en función a intereses u obsesiones individuales especficos, ya sea del autor-realizador, o institucionales, como en el caso de la televisión.
Por consiguiente, la imagen fotográfica, por muy veraz que parezca, al espectador ms competente (cultural y socialmente hablando) le despierta la inquietud de estar ante una mentira que busca acreedores. La imagen fotográfica no garantiza nada por sí misma. Se limita a funcionar como artificio que legitima posturas culturales e ideológicas fundamentándose en el indicio de realidad –no verdad– que en ella descansa.
Al respecto, les recomiendo ampliamente “El beso de Judas”, de Joan Fontcuberta.